lunes, 27 de julio de 2015

UNA HISTORIA DONDE YA NADIE ESTA!!

UNA HISTORIA DONDE YA NADIE ESTÁ!!!
Para los que nunca nos hemos alejado de nuestro pueblo, esta cró­nica es un eco reflejado en los recuerdos, porque es un resucitar de imá­genes del antiguo vecin­dario, de la época en que todos nos conocía­mos, cuando nuestras calles eran de tierra, sin nada por encima que aplacara el polvo, que inmisericordemente se adhería al cuerpo y a la vestimenta. En ese tiem­po, al acercarse el mes de febrero, escogían una de esas vías y con palos y bambúes, amarrados con mecates, cerraban las bocacalles: en un extremo hacían el corral para los astados y ya estaba lista la manga para el coleo de los cua­tro días de fiestas en honor a Nuestra Señora de Candelaria. Luego, alegrías a raudales, pasodobles y lazos, colea­dos en la camisa de los deportistas por hermo­sas mujeres, en premio a las hazañas de los co­leadores.

En ese escenario, que podía ser cualquier ca­lle pueblerina, destacó la figura de Juan de Dios Rodríguez La Rosa, nacido en nuestra tierra, con suficientes credenciales para ser considerado, en su épo­ca, el mejor coleador de Aragua. En sus hechiza­dos admiradores causa­ba delirio y emoción, seguidores que llegaron a identificarlo como Juan Pila. Por sus des­trezas era infaltable en los festivales organiza­dos en los pueblos ve­cinos. Sus experiencias trató siempre de trans­mitirlas a los jóvenes que se iniciaban en el rudo deporte del coleo.

En la tarde del 2 de febrero de 1957. Juan Pila, montando su caba­llo Tabaquito, salió a troche y moche y demás sebos deparados por su veteranía, a cubrirse de glorias y de lazos, en la larga calle Ricaurte. Pero el destino, en la esquina de Flor de Mayo, tenía una aviesa intención para él: su corcel le derriba y luego cae sobre su hu­manidad. Por el acci­dente es conducido por sus amigos a la casa de Jesús Gavidia, veterano gallero y experto caza­dor; al día siguiente, al no mostrar mejoría, es trasladado al Hospital Civil de Maracay, don­de su existencia se apa­ga. En el ceremonial de su despedida, manos del pueblo adornaron su ataúd, con muchísimos lazos de diferentes co­lores. En su honor, los jóvenes a los que siem­pre trató de enseñar, se organizaron en el Club de Coleo Juan Pila, siendo registrado en el IND como la primera asociación de su tipo. Posteriormente, ese pri­mer club, en conversa­ciones con similares de otros estados, fue base para la constitución de la Federación Venezola­na de Coleo. Sólo me resta agregar que jamás se ha visto otro coleador como Juan Pila.

Leer pequeñas histo­rias (como esta) es des­pertar los recuerdos de la nostalgia, es "buscarse donde uno ya no está" (Femando Savater).

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