miércoles, 7 de enero de 2015


EN DUELO LA PALABRA Y EL COLOR
Hace un año nos dejó Hugo Cipriano Rangel Ro­dríguez, ligero de equipaje como quería el también poeta Antonio Machado. Fue el domingo 26 de mayo de 1996, en horas de la ma­drugada, cuando el lento doblar de la campana del tiempo nos da la ingrata no­ticia; para recordarle tal vez tengamos para él una ora­ción o con una elegía, re­novemos nuestro pesar a Maruja (esposa), a Hugui-toya Prisca: «Quiero arre­bujar en el puerto escondi­do y recoger las gotas que se llevó el silencio». Hugo se fue y en cada uno de sus amigos de ideales y utopías, queda un poco del poeta y prosista de conciencia literaria en el oficio narrativo, que nos enseñó en su forma y estilo que «desde allá donde nace la leyenda, se hizo danzando la palabra, hecha de saber y de cons­tancia, para buscar donde nace la lengua».

El artista nació en Maturín, el primero de abril de 1944,en el hogar de los esposos Laureano Rangel y Prisca Rodríguez. En 1962, siguiendo las huellas de su primo, el maestro y perio­dista Félix Mijares Rangel, se radica en Turmero, con­virtiéndose entonces en hijo adoptivo de nuestra ciudad, a la que cantó: «Te imaginé en sueños de la infancia, / te creciste monumental en tus ancestros, /tus valles son hijos / bajados lenta­mente» y en la villa de su imaginación y sueños, se hace profesional del dibu­jo arquitectónico, para pro­curarse como Dios manda, el pan nuestro de cada día. Junto a otros literatos fun­da la Asociación de Escri­tores del Municipio Mari-ño, siendo corredactor de la Revista Cultural Semillas. Otras apoyaturas de su ins­piración fueron la vida real, la incertidumbre y la mu­jer: «Te vi pasar por el por­tal/un tanto consternada; / en tu mirada escudriñé / la pena que te embarga, /ima­giné un mundo de locuras, / que ibas a derramar en gotas de silencio».

En su personalidad po­lifacética, dominaba la imagen y en los trazos y colores de su pincel, cap­taba con maestría y divi­nizaba los motivos de su vehemente pasión. Con sus excelentes trabajos ha­bía ganado el Premio Mu­nicipal de Pintura al Aire Libre, en las Ferias de Candelaria en La Victoria. Ya en la frontera de la muerte, concurre a una ex­posición de pintores y ar­tesanos del municipio Mariño, sorprendiendo con su obra «Cuando el color se va». Buscando nuevas for­mas de trabajo, abandona lo convencional en la téc­nica pictórica; bocetea el lienzo y, en uno de sus ex­tremos, coloca la escultu­ra natural de un batracio disecado, sobre la blanca superficie deja caer una gota púrpura, magnifican­do el supremo momento: el paso de la vida a la muerte.

Hugo era diestro en el manejo de la ironía. De pesadas y torturantes opi­niones para mortificar, in­genioso para las travesu­ras, capaz de desequilibrar al más ponderado de sus  interlocutores, con sus demoledores conceptos: «Seudo transformadores se han encontrado pata­leando en el vacío; claro, nunca pensaron que sus desvarios pecaminosos y abstractos para con los nú­cleos sociales les iban a dar la oportunidad de sen­tirse tan vacíos, al pensar que un colectivo los tiene acorralados». En sus pos­treros momentos se dirige a su entrañable amigo Molinete, compañero de farras, para indicarle un mandato: «Pinta, Borges, pinta lo que has aprendi­do de mí».

Para trascender más allá de su tiempo, el artis­ta de las letras y el pincel, se marcha esa mañana por la senda de Fray Luis de León, donde transitan los pocos sabios que por el mundo han sido.

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