sábado, 3 de enero de 2015

¡AQUELLOS SI ERAN FESTEJOS!
De la prosa de Eduar­do Blanco (1838-1912) conocemos las obras Ve­nezuela heroica, alusión literaria que rinde culto a la patria, y Zarate, su producción consagratoria, considerada por los críticos como la prime­ra novela verdaderamen­te venezolana; su trama está inspirada en Santos Zarate, temido y famo­so asaltante de correrías en los valles de Aragua, la montaña de Güere era el escondrijo habitual del señalado malhechor. En la narración, el autor perenniza hechos de la vida nacional contempo­ráneos a la guerra de in­dependencia; de esa creación literaria hago una abreviación del ca­pítulo X, donde se plas­ma una festividad patro­nal en Turmero. Poco después de la batalla de Carabobo. Utilizo el nombre del capítulo en la siguiente parte de la crónica. La fiesta «Era el 2 de febrero de 1825. Con motivo de la gran festividad de Nuestra Señora de Can­delaria, agrupábase en las calles y plazas de Turmero tan crecido nú­mero de gente alegre y divertida, que bien po­día estimarse en cinco veces más de la ordina­ria población flotante que contuviera el pue­blo.

»Desde la víspera, to­dos los vecindarios de los campos, aldeas y vi­llas comarcanos inva­dían a Turmero, cuyos estruendosos regocijos resonaban a muchas le­guas en contorno. Los buenos vecinos del men­cionado pueblo mostrábanse orgullosos de atraer la atención de toda la provincia; no cabían de satisfechos y acaricia­dos por los repetidos y eternos repiques que les regalaba el campanario de la iglesia, así como por las continuas salvas de petardos e inflamados cohetes que surcaban el aire atronando el espa­cio; pavoneábanse ha­ciendo ostentación de las añejas prendas de sus tocados y vestidos, mientras sonaba la hora de la misa mayor, la que muy distraídos aguarda­ban, viendo llegar por todas direcciones nue­vos y engalanados concurrentes a la rumbosa fiesta.

»En el momento en que terminaba un toque de los repiques, tres ca­jas de rapé poníanse en movimiento alrededor del grupo y el más an­ciano de aquellos aper­gaminados personajes interpelaba a un joven hacendado, su antecesor en la palabra.

»'¿Decía usted que nuestra fiesta es tan rum­bosa este año como nun­ca se ha visto? ¡Cómo se ve que usted data de ayer! En mi tiempo, lo que hoy parece a usted tan sumamente pompo­so y divertido nos habría dado vergüenza y ganas de llorar. ¡Aquellos sí que eran festejos! No de tres días, sino de quin­ce, en que corrían las onzas de oro como gra­nos de maíz. ¡Y qué de concurrencia! Lo más granado de Valencia y Caracas. Y tanta gente que no bastaban las ca­sas para alojar a los más distinguidos visitantes y era necesario hospedar los en las haciendas próximas. ¡Conque dí­ganme usted si aquellos tiempos pueden compararse con estos!'.

»Uno tras otro sona­ron con estrépito y se extinguieron al fin en el espacio los dos repiques que faltaban para empe­zar la misa. A la última vibración de las campa­nas la plaza quedó de­sierta y repleta la iglesia. No obstante, lo más se­lecto de la provincia ocupaba la nave princi­pal del templo, desde el presbiterio hasta la puer­ta mayor, sobresaliendo entre el numeroso con­curso provincianas de singular belleza.

«Solemne fije la fiesta; la música, rui­dosa; largo el sermón y abundante con exceso el incienso. Rico man­to, salpicado de oro, estrenaba la Virgen. El altar mayor lucía lujo­sa palia y macetas de plata. Los pocos abani­cos de las damas no bastaban a refrescar el aire ni hacerle respirable. Durante la eleva­ción del cuerpo y san­gre de nuestro sublime Redentor, estallaron en la plaza estrepitosos petardos, sonaron las campanas e innumera­bles cohetes volaron a las nubes. El sol llega­ba a la mitad del cielo cuando el oficiante bendijo al auditorio y terminó la fiesta. No había más que desear, todo el mundo queda­ba satisfecho.

«Concluida la festivi­dad religiosa, llega el tur­no a los regocijos profanos. Doquiera se reúne el pueblo, suenan gaitas, guitarras y maracas; se improvisan joropos y fandangos y retumba, monótono, el tambor africano. Cuadrillas de rústicos cantores, echan­do coplas al son del cin­co y las bandolas, cruzan  las calles en todas direc­ciones, hacen corro en las esquinas o se detie­nen frente a las abiertas ventanas a encarecer la gentileza de las damas o la conocida liberalidad de los generosos caba­lleros. Por todas partes bulle alegre y risueño el venturoso pueblo.

»De todos los rego­cijos públicos, el que tenía más atractivo para la multitud era, a no dejar duda, la corri­da de toros, indispensable complemento de la fiesta y de donde di­manaba, para muchos, el mayor esplendor. Para este objeto, como ya lo hemos dicho, ha­bían construido exten­so circo en medio de la plaza, decorado en par­te de altas tribunas o tablados a que podía asistir la gente acomo­dada, dejando libre al pueblo gozar del es­pectáculo tras la pali­zada que servía de res­guardo. Bajo las tribu­nas se habían improvi­sado numerosas barra­cas, separadas las unas de las otras con esteras de enea, en donde se vendía toda especie de bebidas alcohólicas y azucaradas golosinas y donde noche y día se jugaba a los dados y ju­gadores de oficio esta­blecían el monto.

»Flores, dulces, mo­nedas de oro y plata y cintas y sombreros, llo­vían de los tablados so­bre la arena del comba­te a cada nueva mues­tra de audacia y de des­treza de los celebrados lidiadores; e indistinta­mente la atronadora multitud aplaudía con el mismo entusiasmo al gladiador intrépido que, a cuerpo limpio, clavara en la cerviz del animal vistosas bande­rillas y a la rabiosa fie­ra, cuando en las astas poderosas lograba levantar uno de sus conbtrarios. Al primer toro siguieron, sucesiva­mente, cinco a cuál más feroces y esforza­dos. En menos de una hora había cuatro con­tusos y dos heridos de peligro entre los tore­ros y eso que no se es­taba ni a la mitad de tan espléndido espectáculo».

Epílogo

En el decrecido ca­pítulo «La fiesta» leí­mos cómo el autor de Zarate escogió sus me­táforas más poéticas para describirnos, en ambiente turmereño, la culminación de la Na­vidad, ese período es­piritual que se extien­de desde el 25 de di­ciembre al 2 de febre­ro, día de la Virgen de Candelaria, cuando Turmero es una sonri­sa que se esboza en to­dos los confines del municipio y alegre el pueblo se congrega en nuestro hermoso tem­plo colonial para reve­renciar a la Preservadora de la fe en estos valles. En la evangelización española de Ve­nezuela, la Candelaria era la preferida de los conquistadores en el momento de escoger a la protectora de una fundación; por esta ra­zón nuestro país cuen­ta con más de 45 tem­plos dedicados a esta Virgen, que es Patrona de Turmero, Bailado­res, Mucurubá, Valle Grande, Las Piedras (estado Mérida); La Puerta (Trujillo) Can­taura (Anzoátegui); Caraballeda (Vargas); El Baúl (Cojedes); Puerto Cumarebo. Punta Cardón (Falcón); Valle de la Pas­cua (Guárico); Carri­zal, Panaquire, Guarenas (Miranda) y. sector La Candelaria (El Li­món, Aragua).

Uno de los numero­sos actos de veneración turmereña a la Virgen de Candelaria, fue escoger su nombre para bautizar a una de sus calles; la información me llega por un documento que me facilitó mi identifica­do Cicerón, Pedro Reyes Ponce. El 12 de junio de 1943, en documento re­gistrado bajo el N° 28 en el Registro Subalterno del Distrito Mariño, la señora Clemencia Córdo­ba de Trujillo vende al distinguido caballero Francisco Magallanes, la porción esquina de su casa, y uno de los lindes del inmueble vendido establece «por el Sur, que es su frente de doce metros, calle antigua­mente de 'Candelaria' en medio y Plaza Mariño». En la cita queda re­velado el antiguo nom­bre de la calle conocida ahora como Bolívar. El segmento de inmueble que permaneció en pro­piedad de la vendedora, es un paisaje de tejas de­tenido en el tiempo, con paredes de adobe en blanquísimo color, ador­nado con zócalo casta­ño; es la esplendente morada de la mujer más conocida de Turmero en el transcurso del siglo XX y principio del XXI, la maestra Nieves Eloísa Sarco Lira de Trujillo, por 36 años sembradora de sabiduría y virtudes, en la infinitud de alum­nos que acudieron a sus clases.

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