De la prosa de Eduardo Blanco
(1838-1912) conocemos las obras Venezuela heroica, alusión literaria que rinde
culto a la patria, y Zarate, su producción consagratoria, considerada por los
críticos como la primera novela verdaderamente venezolana; su trama está
inspirada en Santos Zarate, temido y famoso asaltante de correrías en los
valles de Aragua, la montaña de Güere era el escondrijo habitual del señalado
malhechor. En la narración, el autor perenniza hechos de la vida nacional
contemporáneos a la guerra de independencia; de esa creación literaria hago
una abreviación del capítulo X, donde se plasma una festividad patronal en
Turmero. Poco después de la batalla de Carabobo. Utilizo el nombre del capítulo
en la siguiente parte de la crónica. La fiesta «Era el 2 de febrero de 1825.
Con motivo de la gran festividad de Nuestra Señora de Candelaria, agrupábase
en las calles y plazas de Turmero tan crecido número de gente alegre y
divertida, que bien podía estimarse en cinco veces más de la ordinaria
población flotante que contuviera el pueblo.
»Desde la víspera, todos los
vecindarios de los campos, aldeas y villas comarcanos invadían a Turmero,
cuyos estruendosos regocijos resonaban a muchas leguas en contorno. Los buenos
vecinos del mencionado pueblo mostrábanse orgullosos de atraer la atención de
toda la provincia; no cabían de satisfechos y acariciados por los repetidos y
eternos repiques que les regalaba el campanario de la iglesia, así como por las
continuas salvas de petardos e inflamados cohetes que surcaban el aire
atronando el espacio; pavoneábanse haciendo ostentación de las añejas prendas
de sus tocados y vestidos, mientras sonaba la hora de la misa mayor, la que muy
distraídos aguardaban, viendo llegar por todas direcciones nuevos y
engalanados concurrentes a la rumbosa fiesta.
»En el momento en que terminaba un toque
de los repiques, tres cajas de rapé poníanse en movimiento alrededor del grupo
y el más anciano de aquellos apergaminados personajes interpelaba a un joven
hacendado, su antecesor en la palabra.
»'¿Decía usted que nuestra fiesta es
tan rumbosa este año como nunca se ha visto? ¡Cómo se ve que usted data de
ayer! En mi tiempo, lo que hoy parece a usted tan sumamente pomposo y
divertido nos habría dado vergüenza y ganas de llorar. ¡Aquellos sí que eran
festejos! No de tres días, sino de quince, en que corrían las onzas de oro
como granos de maíz. ¡Y qué de concurrencia! Lo más granado de Valencia y
Caracas. Y tanta gente que no bastaban las casas para alojar a los más
distinguidos visitantes y era necesario hospedar los en las haciendas próximas.
¡Conque díganme usted si aquellos tiempos pueden compararse con estos!'.
»Uno tras otro sonaron con estrépito
y se extinguieron al fin en el espacio los dos repiques que faltaban para empezar
la misa. A la última vibración de las campanas la plaza quedó desierta y
repleta la iglesia. No obstante, lo más selecto de la provincia ocupaba la
nave principal del templo, desde el presbiterio hasta la puerta mayor,
sobresaliendo entre el numeroso concurso provincianas de singular belleza.
«Solemne fije la fiesta; la música,
ruidosa; largo el sermón y abundante con exceso el incienso. Rico manto,
salpicado de oro, estrenaba la Virgen. El altar mayor lucía lujosa palia y
macetas de plata. Los pocos abanicos de las damas no bastaban a refrescar el
aire ni hacerle respirable. Durante la elevación del cuerpo y sangre de
nuestro sublime Redentor, estallaron en la plaza estrepitosos petardos, sonaron
las campanas e innumerables cohetes volaron a las nubes. El sol llegaba a la
mitad del cielo cuando el oficiante bendijo al auditorio y terminó la fiesta.
No había más que desear, todo el mundo quedaba satisfecho.
«Concluida la festividad religiosa,
llega el turno a los regocijos profanos. Doquiera se reúne el pueblo, suenan
gaitas, guitarras y maracas; se improvisan joropos y fandangos y retumba,
monótono, el tambor africano. Cuadrillas de rústicos cantores, echando coplas
al son del cinco y las bandolas, cruzan
las calles en todas direcciones, hacen corro en las esquinas o se detienen
frente a las abiertas ventanas a encarecer la gentileza de las damas o la
conocida liberalidad de los generosos caballeros. Por todas partes bulle
alegre y risueño el venturoso pueblo.
»De todos los regocijos públicos, el
que tenía más atractivo para la multitud era, a no dejar duda, la corrida de
toros, indispensable complemento de la fiesta y de donde dimanaba, para
muchos, el mayor esplendor. Para este objeto, como ya lo hemos dicho, habían
construido extenso circo en medio de la plaza, decorado en parte de altas
tribunas o tablados a que podía asistir la gente acomodada, dejando libre al
pueblo gozar del espectáculo tras la palizada que servía de resguardo. Bajo
las tribunas se habían improvisado numerosas barracas, separadas las unas de
las otras con esteras de enea, en donde se vendía toda especie de bebidas
alcohólicas y azucaradas golosinas y donde noche y día se jugaba a los dados y
jugadores de oficio establecían el monto.
»Flores, dulces, monedas de oro y
plata y cintas y sombreros, llovían de los tablados sobre la arena del combate
a cada nueva muestra de audacia y de destreza de los celebrados lidiadores; e
indistintamente la atronadora multitud aplaudía con el mismo entusiasmo al
gladiador intrépido que, a cuerpo limpio, clavara en la cerviz del animal
vistosas banderillas y a la rabiosa fiera, cuando en las astas poderosas
lograba levantar uno de sus conbtrarios. Al primer toro siguieron, sucesivamente,
cinco a cuál más feroces y esforzados. En menos de una hora había cuatro contusos
y dos heridos de peligro entre los toreros y eso que no se estaba ni a la
mitad de tan espléndido espectáculo».
Epílogo
En el decrecido capítulo «La fiesta»
leímos cómo el autor de Zarate escogió sus metáforas más poéticas para
describirnos, en ambiente turmereño, la culminación de la Navidad, ese período
espiritual que se extiende desde el 25 de diciembre al 2 de febrero, día de
la Virgen de Candelaria, cuando Turmero es una sonrisa que se esboza en todos
los confines del municipio y alegre el pueblo se congrega en nuestro hermoso
templo colonial para reverenciar a la Preservadora de la fe en estos valles.
En la evangelización española de Venezuela, la Candelaria era la preferida de
los conquistadores en el momento de escoger a la protectora de una fundación;
por esta razón nuestro país cuenta con más de 45 templos dedicados a esta
Virgen, que es Patrona de Turmero, Bailadores, Mucurubá, Valle Grande, Las
Piedras (estado Mérida); La Puerta (Trujillo) Cantaura (Anzoátegui);
Caraballeda (Vargas); El Baúl (Cojedes); Puerto Cumarebo. Punta Cardón
(Falcón); Valle de la Pascua (Guárico); Carrizal, Panaquire, Guarenas
(Miranda) y. sector La Candelaria (El Limón, Aragua).
Uno de los numerosos actos de
veneración turmereña a la Virgen de Candelaria, fue escoger su nombre para
bautizar a una de sus calles; la información me llega por un documento que me
facilitó mi identificado Cicerón, Pedro Reyes Ponce. El 12 de junio de 1943,
en documento registrado bajo el N° 28 en el Registro Subalterno del Distrito Mariño,
la señora Clemencia Córdoba de Trujillo vende al distinguido caballero
Francisco Magallanes, la porción esquina de su casa, y uno de los lindes del
inmueble vendido establece «por el Sur, que es su frente de doce metros, calle
antiguamente de 'Candelaria' en medio y Plaza Mariño». En la cita queda revelado
el antiguo nombre de la calle conocida ahora como Bolívar. El segmento de
inmueble que permaneció en propiedad de la vendedora, es un paisaje de tejas
detenido en el tiempo, con paredes de adobe en blanquísimo color, adornado
con zócalo castaño; es la esplendente morada de la mujer más conocida de
Turmero en el transcurso del siglo XX y principio del XXI, la maestra Nieves
Eloísa Sarco Lira de Trujillo, por 36 años sembradora de sabiduría y virtudes,
en la infinitud de alumnos que acudieron a sus clases.
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