EL VALLE DE LOS LAIRENES
De tantas cosas sin gracias que nos deja la distorsión,
llegamos al desaliño de borrar la memoria de la toponimia antigua, apenas conocida
por un número de paisanos, muy alejados de la fecha de nacimiento, afortunadamente
escrita en los archivos de varios despachos públicos, donde tomo nota de la
existencia de las calles El Silencio (actual calle Urdaneta). El Tranvía
(Villacastín), El Ganado (Bermúdez). Real o Principal (Mariño) y El Comercio
(Cedeño). En relación a las esquinas, el nomenclador es profuso en floridos
nombres, exóticos y sugestivos: Esquina de Cagua (Ribas cruce con Urdaneta),
La Lechería (Ribas c/c Miranda), Los Siete Pecados (Petión c/c Salias), El
Tesoro Escondido (Petión c/c Sucre), La Factoría (Petión c/c Bolívar), La
Policía (Petión c/c Mariño), Ayacucho (Cedeño c/c Campo Elías), Mango Oscuro
(Páez c/c Campo Elías), La Falconera (Campo Elias c/c Ricaurte), El Hijo de la
Noche (Ricaurte c/c Negro Primero), La Aduana (Girardot c/c Bermúdez), La
Haciendita (Urdaneta c/c Pasaje Urdaneta), El Cementerio (Urdaneta c/c
Carreño), La Matanza (frente a la Plaza Bermúdez), La Mina (Mariño c/c Ricaurte), Flor de Mayo (Ricaurte c/c
Sucre). La convergencia de las calles Ribas y Mariño dio origen a una trinidad
de nombres: Plazoleta de la Iglesia, Parque 23 de Mayo y Boulevard,
denominación que prevalece para la historia, originalmente estuvo protegida
por una hermosa verja, con dispositivos para colocar faroles que desparramaban
su resplandor. La esquina frente a la Plaza Villacastín se conoce como El
Placer, resume relatos de mabil con hetairas y música de pianitos, en la era
del gomecismo. En tiempos de la democracia los peatones estamos obligados a
desplazamos por las calzadas, porque las aceras de éstas y otras vías, son
obstaculizadas con tenderetes de vendedores ambulantes de granjerias y
baratijas, venidos de ciudades vecinas, ante el olímpico desdén de las
autoridades municipales.
El pueblo que deriva su nombre del vocablo turma (la
papa) ha visto la caída de su pasado, en el derrumbe o demolición de sus casas
de adobe y tejas, de ventanales y portones, de patios y jardines. En la
borradura de ese mundo, el único sector del pueblo que ha resistido los cambios
distorsionantes del desafuero urbanístico, ha sido Pueblo Nuevo, sector al
norte de la ciudad; bien merece esa porción turmereña una ordenanza municipal
que proteja y preserve las numerosas casas antañonas, que estando en pie nos
testimonian su antigua data, de lo contrario tendremos que pedir clemencia por
ellas como hicimos por la Casa de Villegas, los inmuebles residencia de las
familias Tesorero, Contreras, Cróquer, Borgo, Díaz Martínez, el Palacio
Municipal de nueve pilares, la casa de altos conocida como Paramaribo y el
inmueble del coronel Félix Borges. También deben librarse de la apariencia ruinosa
las mansiones de los Martínez Rui, Montes de Oca, la Casa de la Gallera y la
señorial estancia de San Pablo, que en su época de máximo esplendor vio
recepcionar lo más granado de la intelectualidad aragüeña, agasajados por su
propietaria Pepita Ramos, en fastuosas veladas artísticas.
En «el valle de los lairenes», como cita el bardo
Alberto Flores, los niños y los jóvenes no pueden abrevar «en el libro que
guarda la fama» de la inspiración de Ramón Bastida, ni de las páginas de
perennidad que nuestros narradores y poetas, en lenguajes distintos pero no
distantes, han agregado al sagrado volumen, porque una absurda e incomprensible
decisión de la Alcaldía, con un plumazo deja sin vida las bibliotecas
Fernando Rodríguez y Balbino Blanco Sánchez. Sin
embargo, nuestros creadores encabezados por Pedro Matos, de la generación
antecesora, editor de los semanarios El Turmereño y Zarate en la década de los
años cuarenta, siguen escribiendo porque Turmero y su entorno son permanentes,
como la literatura de nuestros escritores.
A ex profeso destino esta parte de la crónica para
reverenciar a dos artistas plásticos del terruño, cuyos laureles son nuestro
orgullo. Al fallecido Mario Abreu, nacido el 22 de agosto de 1919, quien a los
nueve años comienza a trabajar en la bodega de Tomás Belmonte y en los ratos
libres copiaba las caricaturas de Leo. En su pueblo ve los primeros objetos
mágicos, aquí también se le metió muy adentro el germen de la flora y la fauna,
que transformados ofrece en sus pinturas; su vida de artista fue una permanente
indagación del ser americano, de su entorno geográfico y su espiritualidad
Obras como «El toro constelado». «La mujer vegetal» y los famosos gallos,
forman parte del patrimonio artístico del país, fue Premio Nacional de Artes
Plásticas. Juan Villegas, nativo de San Mateo, es el otro creador escogido
para comentarios de este trabajo; su nacimiento fue el 23 de junio de 1954,
radicado en Turmero desde sus tres años de edad, no es el único pintor de la
familia también lo es su hijo, tres hermanos, dos sobrinos y un primo. Recibe
en 1984 clases de dibujo analítico y expresiones plásticas en la escuela
Rafael Monasterios; en los años 1984-85 cursa comunicación en el arte en el
Museo de Arte de Maracay. El paisajismo es su temática y en sus lienzos atrapa
todos los colores y bellezas del pueblo donde reside; há participado en
veinticinco exposiciones colectivas, once individuales, veinticuatro salones,
treintiun concursos de pintura al aire libre y dos bienales, ambas en la
vecina ciudad de Cagua. La infinitud de su obra le ha proporcionado numerosos
premios, menciones y reconocimientos, entre ellos la orden Ciudad de Turmero,
colocada en su pecho el 17 de mayo de 1996. Su sapiencia es impartida en
clases en el taller de arte Nueva Visión a veintitrés alumnos, tropa de noveles
en el trampolín de la consagración, por la sabiduría del catedrático; estos
discípulos están en un proceso de selección de trabajos ante el inminente
debut artístico, en una muestra colectiva en el salón de arte cuyo nombre ya
está mencionado, inmueble distinguido con el N* 73 de la calle El Silencio,
nombre de la vía en la antigua toponimia local. Para Juan Villegas el suceder
del tiempo es trabajar, pintar y enseñar, es lo único que le divierte, lo único
que sabe hacer.
Como hombres de mentalidad provinciana, nuestra
pasión pueblerina se exalta y se deleita en la palabra escrita de Diana
Hermoso: «Turmero, tierra de ingenuos ideales, calles que en mi infancia
recorrí, su bella plaza, mi refugio y mi casa, su gente réplica de un vivir».
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