domingo, 21 de diciembre de 2014






EL VALLE DE LOS LAIRENES



De tantas cosas sin gra­cias que nos deja la distor­sión, llegamos al desaliño de borrar la memoria de la to­ponimia antigua, apenas co­nocida por un número de paisanos, muy alejados de la fecha de nacimiento, afortu­nadamente escrita en los ar­chivos de varios despachos públicos, donde tomo nota de la existencia de las calles El Silencio (actual calle Urdaneta). El Tranvía (Villacastín), El Ganado (Bermúdez). Real o Principal (Mariño) y El Comercio (Cedeño). En relación a las esqui­nas, el nomenclador es pro­fuso en floridos nombres, exóticos y sugestivos: Esqui­na de Cagua (Ribas cruce con Urdaneta), La Lechería (Ribas c/c Miranda), Los Siete Pecados (Petión c/c Salias), El Tesoro Escondi­do (Petión c/c Sucre), La Factoría (Petión c/c Bolívar), La Policía (Petión c/c Mariño), Ayacucho (Cedeño c/c Campo Elías), Mango Oscu­ro (Páez c/c Campo Elías), La Falconera (Campo Elias c/c Ricaurte), El Hijo de la Noche (Ricaurte c/c Negro Primero), La Aduana (Girardot c/c Bermúdez), La Haciendita (Urdaneta c/c Pasa­je Urdaneta), El Cementerio (Urdaneta c/c Carreño), La Matanza (frente a la Plaza Bermúdez), La Mina (Mariño c/c Ricaurte), Flor de Mayo (Ricaurte c/c Sucre). La convergencia de las calles Ribas y Mariño dio origen a una trinidad de nombres: Plazoleta de la Iglesia, Par­que 23 de Mayo y Boulevard, denominación que pre­valece para la historia, ori­ginalmente estuvo protegida por una hermosa verja, con dispositivos para colocar fa­roles que desparramaban su resplandor. La esquina fren­te a la Plaza Villacastín se conoce como El Placer, re­sume relatos de mabil con hetairas y música de piani­tos, en la era del gomecismo. En tiempos de la democra­cia los peatones estamos obligados a desplazamos por las calzadas, porque las ace­ras de éstas y otras vías, son obstaculizadas con tendere­tes de vendedores ambulan­tes de granjerias y baratijas, venidos de ciudades vecinas, ante el olímpico desdén de las autoridades municipales.
El pueblo que deriva su nombre del vocablo turma (la papa) ha visto la caída de su pasado, en el derrumbe o demolición de sus casas de adobe y tejas, de ventanales y portones, de patios y jardi­nes. En la borradura de ese mundo, el único sector del pueblo que ha resistido los cambios distorsionantes del desafuero urbanístico, ha sido Pueblo Nuevo, sector al norte de la ciudad; bien me­rece esa porción turmereña una ordenanza municipal que proteja y preserve las nu­merosas casas antañonas, que estando en pie nos testi­monian su antigua data, de lo contrario tendremos que pedir clemencia por ellas como hicimos por la Casa de Villegas, los inmuebles resi­dencia de las familias Teso­rero, Contreras, Cróquer, Borgo, Díaz Martínez, el Pa­lacio Municipal de nueve pi­lares, la casa de altos conocida como Paramaribo y el inmueble del coronel Félix Borges. También deben li­brarse de la apariencia rui­nosa las mansiones de los Martínez Rui, Montes de Oca, la Casa de la Gallera y la señorial estancia de San Pablo, que en su época de máximo esplendor vio recepcionar lo más granado de la intelectualidad aragüeña, agasajados por su propieta­ria Pepita Ramos, en fastuo­sas veladas artísticas.
En «el valle de los laire­nes», como cita el bardo Al­berto Flores, los niños y los jóvenes no pueden abrevar «en el libro que guarda la fama» de la inspiración de Ramón Bastida, ni de las pá­ginas de perennidad que nuestros narradores y poetas, en lenguajes distintos pero no distantes, han agregado al sagrado volumen, porque una absurda e incomprensible de­cisión de la Alcaldía, con un plumazo deja sin vida las bi­bliotecas
Fernando Rodrí­guez y Balbino Blanco Sán­chez. Sin embargo, nuestros creadores encabezados por Pedro Matos, de la genera­ción antecesora, editor de los semanarios El Turmereño y Zarate en la década de los años cuarenta, siguen escri­biendo porque Turmero y su entorno son permanentes, como la literatura de nuestros escritores.
A ex profeso destino esta parte de la crónica para reve­renciar a dos artistas plásti­cos del terruño, cuyos laure­les son nuestro orgullo. Al fa­llecido Mario Abreu, nacido el 22 de agosto de 1919, quien a los nueve años co­mienza a trabajar en la bode­ga de Tomás Belmonte y en los ratos libres copiaba las ca­ricaturas de Leo. En su pue­blo ve los primeros objetos mágicos, aquí también se le metió muy adentro el germen de la flora y la fauna, que transformados ofrece en sus pinturas; su vida de artista fue una permanente indagación del ser americano, de su en­torno geográfico y su espiri­tualidad Obras como «El toro constelado». «La mujer vegetal» y los famosos gallos, forman parte del patrimonio artístico del país, fue Premio Nacional de Artes Plásticas. Juan Villegas, nativo de San Mateo, es el otro creador es­cogido para comentarios de este trabajo; su nacimiento fue el 23 de junio de 1954, radicado en Turmero desde sus tres años de edad, no es el único pintor de la familia también lo es su hijo, tres her­manos, dos sobrinos y un pri­mo. Recibe en 1984 clases de dibujo analítico y expresio­nes plásticas en la escuela Rafael Monasterios; en los años 1984-85 cursa comuni­cación en el arte en el Museo de Arte de Maracay. El paisajismo es su temática y en sus lienzos atrapa todos los colores y bellezas del pueblo donde reside; há participado en veinticinco exposiciones colectivas, once individua­les, veinticuatro salones, treintiun concursos de pintu­ra al aire libre y dos biena­les, ambas en la vecina ciu­dad de Cagua. La infinitud de su obra le ha proporcio­nado numerosos premios, menciones y reconocimien­tos, entre ellos la orden Ciu­dad de Turmero, colocada en su pecho el 17 de mayo de 1996. Su sapiencia es impar­tida en clases en el taller de arte Nueva Visión a veinti­trés alumnos, tropa de nove­les en el trampolín de la con­sagración, por la sabiduría del catedrático; estos discí­pulos están en un proceso de selección de trabajos ante el inminente debut artístico, en una muestra colectiva en el salón de arte cuyo nombre ya está mencionado, inmueble distinguido con el N* 73 de la calle El Silencio, nombre de la vía en la antigua topo­nimia local. Para Juan Ville­gas el suceder del tiempo es trabajar, pintar y enseñar, es lo único que le divierte, lo único que sabe hacer.
Como hombres de men­talidad provinciana, nuestra pasión pueblerina se exalta y se deleita en la palabra escri­ta de Diana Hermoso: «Turmero, tierra de ingenuos idea­les, calles que en mi infancia recorrí, su bella plaza, mi re­fugio y mi casa, su gente ré­plica de un vivir».

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