TURMERO EN EL ARTE DE EXISTIR
En cada turmereño
habita la absoluta certeza del Edén. Llevamos ese lugar dentro, intrínseco
como una información genética. Es Turmero un lugar primigeniamente habitado
por la fantasía, luego con el correr de las aguas vamos encauzando el sueño
hacia una realidad muy parecida. Fue así y no de otra manera como se fundó
Turmero en mi memoria, sembrándose por personajes de mi invención lúdica,
pero no por ello menos literaria, todo conocido poseía la mágica condición de transmutarse
en piedra, hoja, árbol o cualquier elemento útil a esa infancia donde se daba
vida a tantas y tantas historias, a la poesía, era como si el mismo río la arropara
con las mismas aguas, cada vez que descubriera el extraño misterio de este
lugar; mejor dicho, en Turmero discurre un eléctrico ludir, con los enigmas
de la verdad y el encantamiento, todo ello dirigido hacia la creación del más
hermoso pueblo, nunca antes imaginado.
En el Turmero de mi
niñez está sumergida la luna y de continuo brilla por la humedad, templo a donde regreso por los fabulosos
tesoros de la memoria. En sus calles se extiende la primavera de los amores
adolescentes, en franca disparidad, con la caricia sutil del viento, sobre mi
cabellera hoy plateada. Vivo en el pueblo eterno de mis sueños, al cual la
realidad se le parece tanto, en cada esquina y en los habitantes vecinos, se
hace interminable el ejercicio de sentirnos familia numerosa, compartiendo el
pasado y el presente, fraguando para el futuro una quimera sólida, como de roca, como de hoja, como de árbol, como de
ser y estar, como de verbo, como dé lugar escogido, como de eternidad en la
paz no buscada, pero segura del sepulcro. Así es Turmero a los cuatrocientos
seis años de La Encomienda y a los trescientos setenta y nueve de su elevación
a Pueblo de Doctrina; ubicado geográficamente en el centro de mi origen, en
mi principio, limitando por el Norte con la esperanza, por el Sur con la
literatura más universal, por el Este con el sol dilatado de mis deseos, por el Oeste con el amor de una tarde cantada en su plaza
Mariño. Vivir aquí o morir quizás, es un acto íntimo y
supremo, como la llama perennemente encendida al pie de Nuestra Señora de
Candelaria, por devoción nunca envejecida, nos congregamos en su honor, el
segundo día de febrero, en su hermoso templo barroco colonial, para recordar en la Casa
del Señor que Jesús es «Luz para revelación a los gentiles y gloria de su
pueblo Israel».
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