lunes, 29 de diciembre de 2014

TURMERO, UNA FRUCTA DE LA TIERRA



Dicho en palabras del español antiguo: Esta que se sigue et la lueñe estoria deste pueblo, que toma su nombre del vo­cablo indígena turma, expresión que al juntarle el sufijo ero  le da senti­do de abundancia y for­ma la palabra Turmero.
Pero, ¿qué es una tur­ma? Fernández de Oviedo en su obra Historia gene­ral y natural de las Indias, despeja en estos términos la incógnita: «Una fructa hay en aquella tierra, por donde anduvo el Mariscal Don Diego de Almagro, de la otra parte del Cuzco, que la produce de si mesmo la tierra, e son como ajes re­dondos e tan gruesos como el puño llámanlos papas, e quieren parescer turmas de tierra». Almagro fue un conquistador español, compañero de Pizarra en la toma del Perú, sus pos­teriores diferencias deriva­ron una guerra civil, que terminó en la muerte de ambos. Para los antiguos incas la turma era un auxi­liar de la meteorología, pues medían el tiempo por la duración de la cocción.
La toponimia venezo­lana presenta el nombre Turmero en diferentes lu­gares de nuestra geografía, en variados accidentes. En el estado Anzoátegui es un centro poblado y una la­guna; en Sucre es un ce­rro, en Mérida se da ese nombre a una quebrada y a un páramo; también existe el diminutivo Turmerito, patronímico de un sector de la parroquia El Valle, en el Distrito Fe­deral. En Aragua es un río, una ciudad y en diminuti­vo es un vecindario del sector El Mácaro.
Sobre el poblamiento del Valle de Turmero. por las evidencias arqueológi­cas encontradas, nos hace suponer que estaba ocupa­do antes de la presencia del europeo, de allí los nume­rosos vocablos indígenas de nuestro entorno: Paya, Güere, Coropo, Purica, Paraima. Oldman Botello, en su libro El pueblo  de  doc­trina  de Turmero, afirma que los primeros coloniza­dores fueron traídos por Lorenzo Martínez de la Madrid, ascendiente pater­no del Libertador, hacia 1591 o 92, para entonces la población indígena, muy numerosa, era empleada en labores agrícolas. El mismo señor Martínez de la Madrid solicita ante el Cabildo de Caracas la En­comienda de Turmero, «...a dos días del mes de diziembre de mili e qui­nientos e noventa e tres años...». El 17 de diciem­bre de 1593, el gobernador Diego de Osorio le confir­ma la posesión de la tierra y ordena verificar in situ su dominio, en presencia de los testigos Lope Luis y Juan Rodríguez «...perso­nalmente con sus manos arrancó unas yerbas y echó mano a su espada y cortó unas matas de monte...». Luego vendrían a ocupar terrenos en la zona, los se­ñores Gabriel de Avila, con 260 hectáreas, Rodri­go de León con 140, Pe­dro García Avila con 80 y Juan Serrada con 260.
Veintisiete años des­pués de la primera Enco­mienda —en 1620—, en tiempos del gobernador Francisco de la Hoz Berríos; el teniente Pedro Gutiérrez de Lugo, juez poblador, acompañado del sacerdote Gabriel de Men­doza, juez eclesiástico, ele­van a Turmero a pueblo de doctrina; de esa visita que­da el primer templo que tuvo nuestra ciudad y el acta para la posteridad y la historia: «...y en veintisie­te del dicho mes de no­viembre y año de seiscien­tos y veinte, dicho Juez Comisario eligió y fundó otra Iglesia, en el pueblo que llaman de Turmero, nombrado Nuestra Señora de Consolación, con advo­cación y nombre de Nues­tra Señora de Candela­ria...». EL terreno lindante al templo lo destinaron a cementerio; cadáveres se­pultados en este campo­santo, fueron exhumados accidentalmente en 1992 por obreros que hacían el tendido de tubos recolec­tores de aguas lluviosas, en la cuadra de la avenida Su­cre, delimitada por las ca­lles Páez y Camilo Torres.
La ciudad se encuentra a una altura de 471,2 me­tros, sobre el nivel medio del mar en La Guaira, in­formación avalada por la Dirección de Cartografía Nacional del desaparecido MOP, en placa ovalada co­locada en 1953 en el fron­tis del templo Nuestra Se­ñora de Candelaria. En el censo de 1990 conserva su posición de segunda urbe estatal, su distancia de la capital del estado es de 15 Km. El mal uso de la tie­rra urbanizable, en los úl­timos siete años, ha sido diezmador de las bellezas que nos regalara la crea­ción, por ello hoy tenemos dos ciudades; la de ranche­rías proyectada por arqui­tectos de la miseria, que ha marginalizado amplios sectores del municipio como Paya, La Magdale­na, Samán Tarazonero, Ei Mácaro, El Tierral, etc., y el casco central —en total abandono— ampliado con modernas urbanizaciones en su periferia, éxitos de la iniciativa privada. Turme­ro es tierra tendida y tierra levantada, hacia el norte las elevaciones oscilan en­tre los 1.000 y 2.000 me­tros, destacándose las fa­jas de Paraguatán, La Ne­gra, Paya y Ceniza; en el naciente de las calles Ma­riño y Bolívar, el suelo se empina y se transforma en Colina de El Calvario, allí emprende la escalada ha­cia las alturas de El Pica­cho, los montañistas loca­les, entre ellos tres escri­tores, columnistas de la re­vista Candelaria: José Luis Hernández Arana, José Hermoso Sierra y Carlos Sarcolira Barreto, desde esa altura se obser­va parcialmente y sin mu­cho esfuerzo, a los muni­cipios Mariño, Sucre, La­mas, Bolívar, Girardot, Li­bertador y Ribas.
En este noviembre con­memoramos el 379° aniver­sario de nuestra exaltación a pueblo de doctrina y en diciembre, al son de la Ca­bra Mocha, se cumplen 406 años de la encomienda de la feracísima tierra, donde creció la ciudad «con la be­lleza de la sombra que se expande a la luz». Nuestras fechas genésicas son tenta­ción para evocar.

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