LA HUELLA MACARINA
Cuando hubo necesidad de formar docentes con técnicas especiales para la
educación en el campo, surge como respuesta la Escuela Norma) Rural El
Mácaro, en una antigua vaquera del genera] Juan Vicente Gómez; inicia sus actividades
el 14 de agosto de 1938, con asistencia al acto inaugural del presidente
Eleazar López Contreras, del doctor Enrique Tejera, ministro de Educación, y del
doctor Rafael Ernesto López, ex titular de la cartera, inspirador de la idea.
En el mismo año de la fundación llega a Venezuela una Misión Educativa,
perteneciente al Sistema de Educación Cívico- Militar del general Fulgencio
Batista, presidente de Cuba, que es encargada de la formación de los primeros
maestros rurales de Venezuela; la influencia cubana imprime a la normal una
disciplina de carácter militar, visible en los desfiles que a manera de ensayo
hacían los uniformados alumnos por las calles de Turmero, dirigidos por el
profesor Roberto Olivo, quien luego fue legendario umpire del béisbol
profesional de Venezuela, en su época el más destacado arbitro en la Cuenca
del Caribe. En mi etapa macarina (1947-51) conocí en el instituto dos pedagogos
cubanos: Humberto Pensado Vals, profesor de Técnica Agrícola, y Manuel Miró,
profesor de Manualidades; también a un educador chileno llamado Hortelio
Parra. La Normal estaba rodeada de pequeños parceleros, cuyos hijos eran
educados en una Escuela Unitaria, conocida como La Anexa, establecida a la
vera de la umbrosa avenida, que conducía a la sede del centro formador de
docentes rurales. En 1940, dos años después de su apertura, egresa de El
Mácaro la primera promoción, constante de treinta maestros; luego cada trienio
y al final cada cuatro años. Estos jóvenes educadores van a las aldeas o
caseríos, haciendo honor y realidad con el trabajo, la consigna de la Escuela
Normal: «Démonos a Venezuela dándonos al campo».
En mayo de 1947, José Miguel Calabria, profesor de Técnica Agrícola y
Pecuaria, solicita de las autoridades de Turmero un sitio donde hacer la
reiterada siembra de arbolitos y le fue concedida para los fines de la
solicitud, un pequeño espacio, encrucijada donde convergen las calles
Bermúdez, Urdaneta, Miranda, Villa Castín y Santo Niño de Atocha. Conseguido el
lugar, Calabria, en unión de José Natalio Bruguera, profesor de Educación
Manual y Artística, y Gustavo Morales Guerra, profesor de Construcciones
Rurales, deciden convertirlo en plaza; en una semana de duro trabajar en días y
noches, profesores y alumnos hacen realidad el hermoso proyecto. Como todas las
cosas que el hombre conoce, construye o descubre, desde la época primitiva
hasta hoy, les da un nombre o las bautiza, a esta plaza se le llamó Villa
Castín. en honor a quien se tenía para entonces como fundador de Turmero. El
busto que la adorna es obra del citado profesor Bruguera, que lo hace en su
casa, utilizando el frío e indomable cemento pulido. El acto inaugural fue el
Día del Árbol (último domingo de mayo), actos armonizados por el orfeón que
dirigía el profesor Adelmo Ceballos. La develación del originalísimo busto
estuvo a cargo de una alumna sobresaliente: Josefina Delgado Deus, vecina del
sector.
Ese mismo año (1947), una comisión tripartita integrada por Mario Sarco
Lira, Estelio Díaz y Simón La Roca (sobrevivientes), se da a la tarea de
visitar los hogares de los alumnos próximos a egresar de la escuela José Rafael
Revenga; luego deciden ir a Caracas a entrevistarse con el maestro Luis
Beltrán Prieto Figueroa, ministro de Educación, para solicitar en ese despacho
cupos para la juventud turmereña, que finaliza la primaria. El eximio
venezolano satisface la solicitud de los peticionarios y concede veinte becas
para la Escuela Normal Rural El Mácaro. Fueron cuatro años de estudios y
fraternidad juvenil con otros jóvenes de Venezuela, que concluyen el 15 de julio
de 1951, en la promoción «Eloy G. González», graduándonos de maestros de Educación
Primaria Rural, los siguientes turmereños: Daniel Rojas. Luis Antonio Bolaño.
Ciro Maldonado Zerpa, Celia Maldonado Zerpa, Jesús Enrique Pantoja, José del
Carmen Silva Estrada, Isabel Borges, Cristina Lozada, Guillermina Rojas,
Evangelina Acevedo, Félix Juan Rodríguez, José Antonio Díaz y Francisco José
Rodríguez (nombre del autor del presente trabajo); a esta nómina de laureados
hay que agregar los nombres de José Gil Cobos y Humberto Natera Blanco, nativos de Santa Cruz de Aragua,
beneficiarios de la misma gestión que nos lleva a estudiar en la Normal. Fueron
nuestros condiscípulos, varios jóvenes que en el devenir de los años tuvieron
sobresaliente figuración pública, como Isaac Olivera (dirigente gremial),
Gerardo Cedeño Fermín (ministro de Educación) y Enrique Prieto Silva (general
de División FAC).
El cambio político operado en noviembre de 1948 genera situaciones
adversas en el campo magisterial y estudiantil, como el cierre de la Normal
Rural Yocoima que funcionaba en Upata, estado Bolívar, trasladando su alumnado
a El Mácaro, a quien también le imponen la pavorosa decisión del cierre de sus
puertas en 1953. Relata el docente (jubilado) Pedro Herrera, que el traslado
de los macarinos a la Normal Gervacio Rubio (estado Táchira) fue en autobuses,
la primera etapa del viaje culmina en Barquisimeto, durmiendo los viajeros en
el piso de una escuela; en la segunda jomada pernoctan en las gradas de un
estadio merideño, luego el arribo al destino.
El
silencio reinante en El Mácaro es suplantado por bullicio de los niños
de una Escuela Granja que allí funcionó hasta 1963; al entrar en
vigencia la
Ley de Reforma Agraria, se intenta dar nuevo animo a la educación rural,
mediante el funcionamiento de núcleos escolares rurales y escuelas
granjas, albergando
el recinto macarino el Centro de
Capacitación Docente de Educación Rural.
Iniciándose el año 1976, a El Mácaro se le da categoría de instituto
de educación superior; en 1988 el Ministerio de Educación le adscribe a
la
Universidad Pedagógica Experimental Libertador, luego el Consejo.
Nacional de
Universidades lo acredita como instituto de la Upel bajo la resolución №
7.
En la Venezuela de frustraciones, engaños y despilfarros, los sesenta
años de El Macaro son lección y ejemplo de
aciertos y eficiencia.
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