viernes, 26 de diciembre de 2014




 LA HUELLA MACARINA
Cuando hubo necesidad de formar docentes con técnicas especiales para la educación en el campo, surge como res­puesta la Escuela Norma) Ru­ral El Mácaro, en una antigua vaquera del genera] Juan Vi­cente Gómez; inicia sus acti­vidades el 14 de agosto de 1938, con asistencia al acto in­augural del presidente Eleazar López Contreras, del doctor Enrique Tejera, ministro de Educación, y del doctor Rafael Ernesto López, ex titular de la cartera, inspirador de la idea. En el mismo año de la funda­ción llega a Venezuela una Mi­sión Educativa, perteneciente al Sistema de Educación Cívi­co- Militar del general Fulgen­cio Batista, presidente de Cuba, que es encargada de la formación de los primeros maestros rurales de Venezue­la; la influencia cubana impri­me a la normal una disciplina de carácter militar, visible en los desfiles que a manera de ensayo hacían los uniformados alumnos por las calles de Turmero, dirigidos por el profe­sor Roberto Olivo, quien lue­go fue legendario umpire del béisbol profesional de Vene­zuela, en su época el más des­tacado arbitro en la Cuenca del Caribe. En mi etapa macarina (1947-51) conocí en el insti­tuto dos pedagogos cubanos: Humberto Pensado Vals, pro­fesor de Técnica Agrícola, y Manuel Miró, profesor de Manualidades; también a un edu­cador chileno llamado Hortelio Parra. La Normal estaba rodeada de pequeños parceleros, cuyos hijos eran educados en una Escuela Unitaria, conoci­da como La Anexa, estableci­da a la vera de la umbrosa ave­nida, que conducía a la sede del centro formador de docentes rurales. En 1940, dos años después de su apertura, egre­sa de El Mácaro la primera promoción, constante de trein­ta maestros; luego cada trienio y al final cada cuatro años. Estos jóvenes educadores van a las aldeas o caseríos, hacien­do honor y realidad con el tra­bajo, la consigna de la Escue­la Normal: «Démonos a Vene­zuela dándonos al campo».
En mayo de 1947, José Mi­guel Calabria, profesor de Téc­nica Agrícola y Pecuaria, soli­cita de las autoridades de Turmero un sitio donde hacer la reiterada siembra de arbolitos y le fue concedida para los fi­nes de la solicitud, un peque­ño espacio, encrucijada don­de convergen las calles Bermúdez, Urdaneta, Miranda, Villa Castín y Santo Niño de Atocha. Conseguido el lugar, Calabria, en unión de José Na­talio Bruguera, profesor de Educación Manual y Artística, y Gustavo Morales Guerra, profesor de Construcciones Rurales, deciden convertirlo en plaza; en una semana de duro trabajar en días y noches, profesores y alumnos hacen realidad el hermoso proyecto. Como todas las cosas que el hombre conoce, construye o descubre, desde la época pri­mitiva hasta hoy, les da un nombre o las bautiza, a esta plaza se le llamó Villa Castín. en honor a quien se tenía para entonces como fundador de Turmero. El busto que la ador­na es obra del citado profesor Bruguera, que lo hace en su casa, utilizando el frío e indo­mable cemento pulido. El acto inaugural fue el Día del Árbol (último domingo de mayo), ac­tos armonizados por el orfeón que dirigía el profesor Adelmo Ceballos. La develación del originalísimo busto estuvo a cargo de una alumna sobre­saliente: Josefina Delgado Deus, vecina del sector.
Ese mismo año (1947), una comisión tripartita integrada por Mario Sarco Lira, Estelio Díaz y Simón La Roca (sobrevivientes), se da a la ta­rea de visitar los hogares de los alumnos próximos a egresar de la escuela José Rafael Reven­ga; luego deciden ir a Caracas a entrevistarse con el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, ministro de Educación, para solicitar en ese despacho cu­pos para la juventud turmere­ña, que finaliza la primaria. El eximio venezolano satisface la solicitud de los peticionarios y concede veinte becas para la Escuela Normal Rural El Má­caro. Fueron cuatro años de estudios y fraternidad juvenil con otros jóvenes de Venezue­la, que concluyen el 15 de ju­lio de 1951, en la promoción «Eloy G. González», graduán­donos de maestros de Educa­ción Primaria Rural, los si­guientes turmereños: Daniel Rojas. Luis Antonio Bolaño. Ciro Maldonado Zerpa, Celia Maldonado Zerpa, Jesús Enri­que Pantoja, José del Carmen Silva Estrada, Isabel Borges, Cristina Lozada, Guillermina Rojas, Evangelina Acevedo, Félix Juan Rodríguez, José Antonio Díaz y Francisco José Rodríguez (nombre del autor del presente trabajo); a esta nó­mina de laureados hay que agregar los nombres de José Gil Cobos y Humberto Natera  Blanco, nativos de Santa Cruz de Aragua, beneficiarios de la misma gestión que nos lleva a estudiar en la Normal. Fueron nuestros condiscípulos, varios jóvenes que en el devenir de los años tuvieron sobresalien­te figuración pública, como Isaac Olivera (dirigente gre­mial), Gerardo Cedeño Fermín (ministro de Educación) y Enrique Prieto Silva (general de División FAC).
El cambio político opera­do en noviembre de 1948 ge­nera situaciones adversas en el campo magisterial y estudian­til, como el cierre de la Nor­mal Rural Yocoima que fun­cionaba en Upata, estado Bo­lívar, trasladando su alumna­do a El Mácaro, a quien tam­bién le imponen la pavorosa decisión del cierre de sus puer­tas en 1953. Relata el docente (jubilado) Pedro Herrera, que el traslado de los macarinos a la Normal Gervacio Rubio (es­tado Táchira) fue en autobu­ses, la primera etapa del viaje culmina en Barquisimeto, dur­miendo los viajeros en el piso de una escuela; en la segunda jomada pernoctan en las gra­das de un estadio merideño, luego el arribo al destino.
El silencio reinante en El Mácaro es suplantado por bullicio de los niños de una Escuela Granja que allí funcionó hasta 1963; al entrar en vigencia la Ley de Reforma Agraria, se intenta dar nuevo animo a la educación rural, mediante el funcionamiento de núcleos escolares rurales y escuelas granjas, albergando el  recinto macarino el Centro de Capacitación Docente de  Educación Rural. Iniciándose  el año 1976, a El Mácaro  se le da categoría de instituto  de educación superior; en 1988 el  Ministerio de Educación le adscribe a la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, luego el Consejo. Nacional de Universidades lo acredita como instituto de la Upel bajo la resolución № 7.
En la Venezuela de frustraciones, engaños y despilfarros, los sesenta años de El Macaro son lección y ejemplo de  aciertos y eficiencia.

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